De lleno en la memoria, me llama la atención los conocimientos previos y las conexiones que se crean partiendo de ellos. Sí, ya lo sabía, pero no de este modo.
Aprendemos cuando activamos los conocimientos previos relevantes y los conectamos con el objeto de aprendizaje. Y cuantas más conexiones realicemos, más sólido será el aprendizaje, y más fácil resultará recuperarlo cuando resulte necesario, porque más contextos diferentes lo activarán.
Obvio, sí, pero muchas veces no entendemos algo porque, o no tenemos conocimientos previos sobre ello, o sí los tenemos pero no logramos conectarlo y darle sentido con lo que ya sabemos. De tal modo, y como decía la definición anterior, el aprendizaje debe hacerse en múltiples contextos y variados ejemplos y situaciones para que el nuevo aprendizaje tenga más opciones de encontrar el nexo. Imaginemos una nueva gota de agua (nuevo contenido) que cae sobre un cristal (memoria). Si se une a otra gota que ya había (conocimiento previo) se conectan y se mueve juntas, pero, ¿y si se fusiona con muchas otras? El arraigo es mucho mayor y más consistente. Igualmente, cuando el nuevo contenido lo vinculemos a numerosos conocimientos previos, en el futuro, será más fácil recuperarlo.
Muchas veces, el alumnado no consigue afianzar el aprendizaje porque vinculan los contenidos a muy pocos contextos. ¿O seremos los docentes los que no les ofrecemos esa variedad de contextos? De este modo, no pueden recordarlos con firmeza o les provoca mayor esfuerzo porque las pistas que reciben no las relacionan con sus contenidos previos. Incluso cuando dos situaciones son análogas y pueden resolverse con los mismos conocimientos, percatarnos de ello sobreviene improbable si su apariencia superficial es muy diferente.
Al fin y al cabo, vamos siendo expertos en una disciplina cuando los conocimientos que obtenemos son significativos, es decir, cuando están bien conectados a otros conocimientos con los que guardan alguna relación.