Además del tema de las creencias, otro tema que me entusiasma es del trabajo cooperativo. Pude iniciarlo este curso pasado y, la verdad, me asusté. Alumnos levantados de un lado a otro, hablando, discutiendo, jaleo, yo en “veinte” sitios… ¡Un caos! Me daba hasta vergüenza cuando venía un compañero/a y veía la clase así. Pero…
Empecé a curiosear sobre el aprendizaje cooperativo para ver qué estaba haciendo mal y, prácticamente, todo coincidía con lo que hacía. Así que reflexioné: el aprendizaje requiere movimiento, compartir, colaborar, ayudar… Esta imagen queda muy lejos de la “normalidad” donde todos/as están sentados en sus mesas y en silencio escuchando al profesor.
Y claro, es un caos, pero controlado. Están aprendiendo entre ellos. Como se define en el libro, según Slavin, el aprendizaje cooperativo es el método en que los alumnos trabajan en pequeños grupos para ayudarse a aprender los unos a los otros.
Además, surge lo que se denomina peer instruction, es decir, el aprendizaje por pares. ¿Quién mejor que el propio compañero/a que acaba de entender la lección el que ayude al otro/a teniendo en cuenta el proceso que ha seguido para llegar a dicho aprendizaje? Y es que, muchas veces, el docente olvida ese proceso para transmitir la lección, obviando algunos detalles necesarios que él mismo usó hace tiempo pero que ya ha olvidado.
Una metodología ideal para este aprendizaje es el ABP, aprendizaje basado en proyectos, cuyo objetivo es crear un producto que contribuya al aprendizaje del grupo. De esta manera, en pequeños grupos, se va construyendo el aprendizaje en beneficio del producto común. Y no solo se valoran las aportaciones individuales, sino que, además, se evalúan las acciones grupales utilizando la autoevaluación y la coevaluación, permitiendo visualizar aquellos aspectos del grupo que deben potenciar y mejorar para que todos lleguen al aprendizaje significativo.